Para mí, Jesús de Nazareth, hijo de María y José, es y siempre será el hombre más grande de la historia en el planeta tierra, quien además dejó un legado grande a toda la humanidad: El amor, explícitamente referido en la frase: "Amaos los unos a los otros"...y aunque su vida y pasión fue muy corta, a la vez fue suficiente para dejar grandes enseñanzas a sus discípulos, a sus seguidores y a toda la humanidad.
Jesús fue un hombre con un corazón muy grande (dicho en sentido figurado), con el alma lúcida y transparente (translucida), con sentimientos sanos que transmitió a través de sus más limpias emociones. Aunque quizás no era perfecto, porque como todo ser humano, al fin y al cabo, debió tener desaciertos en la misma medida, más...o menos...que tuvo sus aciertos. Pero fue su personalidad, y su empatía con el prójimo, lo que le permitió ser visto como una persona muy especial.
Quien recurre a él de manera sincera y sin mezquindades, siente paz en medio del desasosiego, siente tranquilidad en medio de lo vertiginosa que es la vida misma, siente armonía, aunque el entorno sea desequilibrado, y es así porque él es paz, tranquilidad, y armonía. Como dicen: "Con Dios todo...sin Dios nada"...y en este caso, me refiero al Dios Hijo...en toda su plenitud humana, física y espiritual...en todo su esplendor...diría yo.
Cuando pedimos al Corazón de Jesús, con humildad y necesidad, él nos escucha desde lo más profundo de su ser, de su yo interior...y siempre nos atiende como un ser bondadoso, siempre dispuesto a ayudar y a estar en nuestras vidas, por tiempo indefinido, pero para ello, debemos ser mansos de corazón; de otra manera, no nos escuchará ni nos atenderá, y no porque no quiera, sino porque escuchará y atenderá a los humildes, y mansos de corazón, primero.
Pídele con fe al Corazón de Jesús, y con el corazón te dará.
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